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martes, 18 de junio de 2013

antes que termine tu día...

Antes que termine tu día, Papi, un vendaval de emociones encontradas...justo hoy Papá, en tu recordatorio...no creo haber rezado mi mantra, preferido y poderoso, tantas veces como hoy.

Y recordé a Leopoldo Marechal, en aquella pieza poética fabulosa, que narraba su retiro, preventivo, ante una maldad innombrable.

También recordé a Dostoievsky, en sus Memorias del Subsuelo, por todo lo bajo y subterráneo de las incriminaciones, justo un día como hoy, en tu recordatorio...
Como si fuera esta fecha una bisagra de la familia...o mejor dicho, a la familia, bien a lo mafiosi, a lo Campanelli, propio de familias kármicas... vos me entendés.

Para mis lectores, mis amigos, los que me leen...este poema de Charles Bukovski, conjurador de días malos, controvertidos, con sesgos de ingratitud y maldad...superadores, como los buenos amigos, incondicionales, nos ofrecen su mano:

LLEGARON A TIEMPO
me gusta pensar en escritores como 
James Joyce
Hemingway, Ambrose Bierce, 
Faulkner, Sherwood
Anderson, Jeffers, D. H. Lawrence, 
A. Huxley,
John Fante, Gorki, Turgenev, 
Dostoievsky, Saroyan,
Villon, incluso Sinclair Lewis, y 
Hamsun, incluso T. S.
Elliot y Auden, William Carlos 
Williams y
Stephen Spender y el valiente de 
Ezra Pound.
me enseñaron tantas cosas que mis 
padres
nunca me enseñaron, y
también me gusta pensar en Carson 
McCullers
con su Café Triste y Ojo dorado.
ella me enseñó muchas cosas que 
mis padres
nunca supieron.
me gustaba leer los libros de tapa 
dura de las bibliotecas
en su simple encuadernación de 
biblioteca
azul y verde y marrón y rojo claro
me gustaban los viejos 
bibliotecarios (varones y mujeres)
que te miraban seriamente
si tosías o te reías muy fuerte,
y aún cuando se parecían a mis 
padres
en realidad no había ninguna 
similitud.
ahora ya no leo a estos autores 
que alguna vez leí
con tanto placer,
pero es bueno pensar en ellos,
y también me
gusta mirar las fotografías de 
Hart Crane y
Caresse Crosby en Chantilly, 1929
o las fotos de D. H. Lawrence y 
Frieda
asoleándose en Le Moulin, 1928.
Me gusta ver a André Malraux en su 
traje de aviador
con un gatito en el pecho y
me gustan las fotos de Artaud en 
el loquero
Picasso en la playa con sus 
fuertes piernas
y su cabeza pelada, y también está
D. H. Lawrence ordeñando esa vaca
y Aldous en Saltwood Castle, Kent, 
Agosto de
1963.
 Me gusta pensar en toda esta gente
que me enseñaron tantas cosas que 
yo
nunca había imaginado antes.
y me enseñaron bien,
muy bien
cuando eso era tan necesario
me mostraron tantas cosas
que nunca creí que fueran 
posibles.
todos esos amigos
bien adentro de mi sangre
quienes
cuando no había ninguna 
oportunidad
me dieron una

Cuando siento la necesidad de un consejo, de una palabra...en momentos bisagras del tiempo, del propio, del interior, del personal...acudo a mis amigos bien dentro de mi sangre...los que me dieron una oportunidad cuando no había ninguna.

Todos los amigos que he cosechado en mis extensas lecturas, durante no menos de medio siglo, son los que me dan las respuestas. Hay que saber buscarlas...

Aunque me digas, Papá, que escribo sofismas...vos, como nadie, ha entendido este mensaje. Privilegios de la contemplación de la Eternidad. Un beso.

lunes, 17 de junio de 2013

Mensaje para Papá, a la ultratumba...



Hoy, Papi, cumplirías 86 años.

En los días previos a este nuevo onomástico tuyo, he tratado de imaginarme a la abuela pariéndote, en la casita de Soutelo, en Orense, España. También he imaginado cuando ella, teniéndote en brazos, creyó que tenía un atado de leña y te arrojó, dormida, a dónde fuiste a caer.

También he tratado de imaginar, de ponerme en el lugar de ella, cuando el abuelo vino para la Argentina, a un mes de tu nacimiento, y ella, sola, emprendería la misma ruta un año después...dejándote con su madre, mi bisabuela Dolores.

Trato de imaginar tus dolores perpetuos, los que me confiaste en largas charlas...las culpas que sentiste cuando viniste, por orden del abuelo, a la Argentina, porque dejabas a tu abuela, a la que llamabas mamita...y como tu madre, sacó su retrato porque lo mirabas casi hipnótico, recordándola...ella, en ese afán de tener al hijo que no había criado.

Porque yo siempre estuve atenta a tus historias, porque me elegiste para contármelas, porque sabías, desde siempre, en mi único interés por la Memoria, porque de allí mi espíritu prosperó... de mis raíces...de lo único que tengo en verdad...de un hombre que se hizo a sí mismo, en otra cultura, en otro país, cruzando un mar infinito, luego de su Mare Nostrum.

Sabés Papi, soy un mar de lágrimas, porque tu muerte cambió mi vida. Con esa mezquindad propia de los vivos, pero sobre todo la mía, de haber quedado desamparada de la palabra y la presencia...aunque nunca me reclamaste, personalmente, el hecho que me fuera de cien metros que nos distanciaban, a mil setecientos kilómetros, donde recibí la noticia de tu partida.

Papá, te recuerdo desde los principios de los tiempos y por toda la eternidad, la tuya y la mía.


Papá, Cesar Rodriguez González en la esquina de la Abuela  Goye, en San  Martín de los Andes. República Argentina.

PS: perdón Papá por un mensaje tan cortito...Esta vez no escribo para la gente que me lee, habitualmente, sino sólo para vos...y estas letras de molde sólo son, como sabes, para calentar el pico, de tu presencia etérea y constante en nuestras vidas.

viernes, 14 de junio de 2013

La Verdad y la Mentira.Una mirada desde el Cuarto Camino.

La contemplación, la interrogación y el balbuceo de las respuestas a las preguntas mas básicas del hombre: qué soy, quién soy, hay un propósito? hay un camino? soy sólo materia corruptible, una vida azarosa o existe un plan que me supera y me involucra? qué es la vida? el ser y la nada? Trascendencia e Inmanencia...existencia y esencialidad...la vida en el mundo y en el tiempo o la contemplación atemporal de la eternidad?
Todas las escuelas filosóficas y devocionales se han interrogado e intentado dar una respuesta.
Los escritores, a su modo, también, y casi como ensayos explicativos o filosóficos. Borges, en Las Ruinas Circulares, sueño a un hombre que daré a luz a la realidad pero el nunca sabrá que es el sueño de otro. La eternidad en un instante, frente a un pelotón de fusilamiento...Pastilla azul o pastilla roja? La Matrix o Sión?
Todo tiene que ver con la Ilusión o el Maia y la supra realidad.
Comprender, aceptar y superar esta cuestión nos lleva al arduo camino de dilucidar la Verdad y la Mentira...sobre nosotros, sobre el mundo y hasta sobre Dios.

Agradezco a mi amigo Francisco Saleh la dedicación puesta en repensar este tema áspero, pero como tal, de una importancia clave en el desarrollo de las personas...en su devenir más profundo, para aquellos que se lo preguntan y lo intentan. Mi profunda gratitud hacia él.

Visto desde la Escuela del Cuarto Camino, no para cualquiera, solo para Idiotas.





LA VERDAD Y  LA MENTIRA
UNA MIRADA DESDE EL CUARTO CAMINO,

 por Francisco Saleh.



"Parábola de los Seis Sabios Ciegos y el Elefante".
Rumi, sufí persa del s. XIII.

  Seis hindúes sabios, inclinados al estudio, quisieron saber qué era un elefante. Como eran ciegos, decidieron hacerlo mediante el tacto. El primero en llegar junto al elefante, chocó contra su ancho y duro lomo y dijo: «Ya veo, es como una pared». El segundo, palpando el colmillo, gritó: «Esto es tan agudo, redondo y liso que el elefante es como una lanza». El tercero tocó la trompa retorcida y gritó: «¡Dios me libre! El elefante es como una serpiente». El cuarto extendió su mano hasta la rodilla, palpó en contorno y dijo: «Está claro, el elefante, es como el tronco de un árbol». El quinto, que casualmente tocó una oreja, exclamó: «Aún el más ciego de los hombres se daría cuenta de que el elefante es como un abanico». El sexto, quien tocó la oscilante cola acotó: «El elefante es muy parecido a una soga».

El conocimiento de una parte requiere el conocimiento de su relación con el todo, pero la idea del todo es muy diferente en las personas y depende de su saber y de su ser. Por ello, para nosotros, comunes mortales, la verdad siempre será relativa, porque nuestro saber no está en armonía con nuestro ser. Siempre podemos conocer la parte, ignorando el Todo, esto es conocer una cosa ignorando otra; conocer la forma pero ignorando la esencia.

El  hombre puede acumular mucho conocimiento, hecho notablemente visible en la época actual, pero desconoce la importancia del ser; a cada nivel de ser corresponden ciertas posibilidades de saber. Dentro de los límites de un  determinado ser, la calidad del saber no puede cambiar, y dentro de estos límites, la única posibilidad reside en la acumulación de más informaciones de una sola y misma naturaleza. Un cambio en la naturaleza del saber es imposible sin un cambio en la naturaleza del ser.

Imaginemos una escalera que desciende del Todo a la Nada, de la Unidad a la Diversidad, de lo Absoluto a lo Relativo, o, en términos religiosos, desde Dios al Diablo (también llamado a veces, el Difamador). El ser del hombre común sólo transita por los escalones más bajos, y su ubicación en esa escala es su límite para percibir la verdad. Una mejora cualitativa exige ascender hacia lo alto. En la experiencia mística, la santidad, la iluminación, el samadhi, el satori o como se quiera llamar,todas estas experiencias tienen en común que quienes la han experimentado, por un instante conocen “la verdad”. Para lograrlo en forma permanente, el ser del hombre debería permanecer en la cúspide de nuestra escalera.

Conocimiento subjetivo y conocimiento objetivo.
A cada instante, vivimos simultáneamente dos realidades distintas: la realidad exterior, que es igual para todos en un mismo momento y lugar, y una realidad interior, diferente para cada uno de nosotros. Todos podemos percibir el mundo exterior como lo muestran nuestros sentidos, pero ignoramos totalmente nuestra interioridad. De nuestra interioridad dependerá nuestra visión de esa realidad. Pero el hombre es totalmente ignorante de su interioridad, no se conoce a sí mismo. No conoce sus limitaciones ni sus posibilidades. Ni siquiera conoce que no se conoce.
Desconoce sus estados interiores, el origen y el contenido de sus pensamientos, desconoce sus estados de ánimo, sus emociones más comunes, sus actitudes, sus posturas, sus enormes contradicciones.
La principal cualidad que ignora es la conciencia. No pretendo abundar en este tema, pero resulta fundamental conocer el papel de esta facultad para el conocimiento de la verdad.
En el lenguaje ordinario se usa la palabra "conciencia" como un equivalente de “inteligencia",  en el sentido de actividad de la mente, o en general, se la confunde con “pensamientos”, “sentimientos” y “sensaciones”. Es un grave error confundir la conciencia con las funciones síquicas.
En verdad, la conciencia es una forma muy particular de "darse cuenta" independientemente de la actividad mental. Significa, ante todo, "darse cuenta" de sí mismo, darse cuenta de quién soy, de dónde esto, qué estoy haciendo ahora.

La conciencia en el hombre nunca permanece igual. En un momento dado puede estar presente y al momento siguiente, no. Además, desconocemos  que la conciencia tiene grados: momentos de mayor o menor nivel de conciencia. Sólo uno mismo puede saber si en un momento dado está "consciente" o no lo está.
El hombre tiene la posibilidad de experimentar cuatro estados de conciencia: sueño, estado de vigilia, conciencia de sí, y  conciencia objetiva. Pero aunque tiene la posibilidad de estos cuatro estados. de hecho vive sólo en dos: una parte de su vida la pasa en el sueño y la otra en lo que es llamado "estado de vigilia", aunque en realidad su estado de vigilia difiere muy poco del sueño. En la vida ordinaria, el hombre no sabe nada de la "conciencia objetiva" y se atribuye el tercer estado, o "conciencia de sí"; esto es, cree poseerlo, aunque en realidad sólo puede ser consciente de sí por muy raros chispazos y aún entonces es probable que no lo reconozca, porque no sabe lo que ello implicaría si en realidad lo poseyera.
Estos vislumbres de conciencia “sobrevienen” en momentos excepcionales, en estados altamente emocionales, en momentos de peligro, en circunstancias y situaciones muy nuevas e inesperadas; o algunas veces en momentos completamente ordinarios, cuando no ocurre nada en particular. Pero en su estado ordinario o "normal", el hombre carece de todo control sobre ellos.
Analicemos los estados de conciencia y su relación con la posibilidad de conocer la realidad. El primero, el estado más bajo de conciencia,  el sueño, es un estado pasivo,totalmente subjetivo. El hombre está envuelto en sueños. Sus funciones psíquicas carecen de dirección y de objetivo. No hay lógica,  secuencia, ni causas en los sueños. Se trata solamente de imágenes subjetivas,       reflejos de experiencias anteriores o de percepciones vagas del momento, tales como sonidos que llegan al hombre que duerme o sensaciones que vienen de su propio cuerpo. dejando una muy pequeña huella en la memoria y más frecuentemente sin dejar ningún rastro.
El segundo grado de conciencia llega cuando el hombre despierta. Es el estado en el que vivimos habitualmente, en el que trabajamos, hablamos, leemos, escribimos, etc.,  es un estado en el que creemos que somos conscientes, Es el “estado de vigilia” o “conciencia lúcida” según la definición de la sicología, nombre aparentemente puesto en broma si entendemos lo que verdaderamente significa una “conciencia lúcida”. Desde el punto de vista de su posibilidad de conocer la verdad, el nombre adecuado debiera ser el de "conciencia relativa".

En este estado, el sueño continúa, sólo que se le agrega una actitud más crítica hacia las propias
impresiones; sus pensamientos están mejor hilvanados, y sus acciones más disciplinadas. Y gracias al impacto de las impresiones sensoriales, a los deseos, y a los sentimientos, especialmente eldeseo de contradicción o de imposibilidad cuya ausencia es total en el primer estado, los sueños se vuelven invisibles, pero están todos allí, y a menudo influyen en nuestros pensamientos,sentimientos y acciones, algunas veces incluso más que la percepción real del momento.
Estos dos estados, “sueño” y “sueño despierto” o “conciencia relativa”, son los dos únicos estados de conciencia en que vive el hombre, pero, además de ellos,  hay dos estados de posibles, que sólo le son accesibles después de dura y prolongada lucha, fruto de un trabajo de Escuela. Estos dos estados superiores de conciencia se llaman "conciencia de sí" y "conciencia objetiva”.
Generalmente suponemos poseer el estado de conciencia de sí, es decir, creemos que estamos conscientes de nosotros mismos, o en todo caso que podemos ser conscientes de nosotros mismos en el momento que lo queramos; pero en verdad "la conciencia de sí" es un estado que nos lo atribuimos sin ningún derecho.  En cuanto a la "conciencia objetiva" es un estado del cual no sabemos nada. La conciencia de sí es un estado en el cual el hombre llega a ser objetivo para consigo mismo, y la conciencia objetiva es un estado en el cual entra en contacto con el mundo real, u objetivo, del cual ahora está separado por los sentidos, sueños y estados subjetivos de conciencia.
Estos cuatro estados de conciencia nos vinculan con la posible cognición de la verdad. En el primer estado de conciencia, es decir, en el sueño, no podemos saber nada de la verdad. Inclusive si nos llegan algunas percepciones o sentimientos reales, estos se mezclan con los sueños, y en el estado de sueño no tenemos ninguna posibilidad de distinguir la realidad.
En el segundo estado de conciencia, es decir en el sueño despierto, sólo podemos conocer la verdad relativa, y es de allí de donde viene el término "conciencia relativa".
En el tercer estado de conciencia, o sea en el estado de conciencia de sí, podemos conocer toda la verdad sobre nosotros mismos.
En el cuarto estado de conciencia, es decir en el estado de conciencia objetiva, se supone que somos capaces de conocer toda la verdad sobre todas las cosas; podemos conocer "las cosas en sí mismas", "el mundo tal como es".Esto está tan lejos de nosotros que ni siquiera podemos pensar sobre ello de manera apropiada, y debemos tratar de comprender que hasta vislumbres de conciencia objetiva sólo pueden llegar en el estado plenamente desarrollado de conciencia de sí.
Retomemos nuestro tema. En las propias palabras de G: “Y yo le digo a usted que es relativamente raro que la gente diga una mentira en forma deliberada. En la mayoría de los casos creen que dicen la verdad. Y sin embargo mienten todo el tiempo, tanto cuando quieren mentir como cuando quieren decir la verdad. Mienten continuamente, se mienten así mismos y mienten a los demás”.
Acá pareciera que entramos en una grave contradicción. Por un lado afirmamos que el hombre en su estado actual no puede conocer la verdad, y por el otro decimos que siempre miente. Entonces, ¿Qué es mentir?  En el lenguaje ordinario, mentir quiere decir distorsionar o esconder la verdad, o lo que la gente cree que es la verdad. Esta mentira juega un papel muy importante en la vida; pero hay formas peores de mentir: cuando la gente no sabe que miente. No podemos conocer la verdad, pero podemos pretender que la conocemos. Y esto es mentir: La gente pretende que sabe toda clase de cosas: sobre Dios, sobre la vida futura, sobre el universo, sobre el origen del hombre, sobre la evolución, sobre todas las cosas, sobre cómo combatir la inseguridad, cómo acabar con la inflación; pero en realidad no sabe nada, ni siquiera sobre sí misma. Y cada vez que habla sobre algo que no sabe como si lo supiera, miente. Por lo tanto el significado sicológico de la mentira  quiere decir hablar sobre cosas que uno no conoce, y que inclusive no puede conocer, como si uno las conociese y como si las pudiese conocer. Este no es un punto de vista moral, en el sentido de lo que es bueno o malo por sí, sino un punto de vista práctico en el sentido de lo que es útil o dañino para el hombre en su desarrollo interior.
La sinceridad debe aprenderse como aprendemos todo lo demás, pero hay diferentes formas de sinceridad, porque por un lado tenemos la simulación inteligente y por otro la verdad estúpida. La sinceridad no debe convertirse en «falta de consideración» hacia los demás. Si un hombre quiere aprender a disimular inteligentemente, debe aprender a callar cuando debe callarse.

La Verdad y el Bien
Si es demasiado obvio el mal que produce la mentira, no es menos cierto el daño que ocasiona la verdad. Todos los malos entendidos, los desencuentros, los conflictos y hasta las guerras, fundamentalmente las religiosas, se hicieron  “en nombre de la verdad” y esta lucha hoy continúa.
El problema surge al tomar la verdad como un fin en sí misma. La verdad es sólo un medio, un camino para alcanzar el bien.
Al parecer, hubo alguna época en que la humanidad obraba basándose en el bien. La alegoría del Génesis: “era entonces la Tierra de una lengua y de unas mismas palabras”, se refiere a una época en que el hombre obraba desde el bien y esta enlazaba a todos, porque el bien es el único poder de unir.
En la actualidad el hombre no puede recibir la enseñanza del Bien directamente. Pero todavía es capaz de recibir la enseñanza del Bien a través del conocimiento de la Verdad; esa es su verdadera finalidad.
A menudo se lee en los Evangelios que Cristo ofendía a los fariseos quebrantando el mandamiento acerca del sábado. Esto los enfurecía. Cristo curaba en sábado, a pesar que la ley mosaica lo prohibía. Antes de curar a un hombre, Cristo miró a su rededor y dijo a  los presentes: "¿Es lícito en sábado hacer bien o hacer mal?" La actitud de los fariseos era que las leyes religiosas habían de cumplirse al pie de la letra. Cristo no habla de la Verdad, sino del Bien. ¿Cuál debe venir primero?   Cristo coloca el Bien por encima de la Verdad. Para los fariseos la Verdad era la ley mosaica y los mandamientos, tomados al pie de la letra, prohíben trabajar en el sábado.
También en el Islamismo, Mahoma convoca a la Jihad, la Guerra Santa, cuyo significado dista mucho de ser una convocatoria a la lucha armada. Se trata de una guerra interior, sin la cual no existe ninguna posibilidad de evolución. Sin embargo hoy, miles de fundamentalistas matan a otros miles cuyas verdades difieren con las suyas.

Una imagen acertada propuesta por M.Nicoll, expresa que para ascender una montaña se requieren una serie de conocimientos que hay que aplicar escrupulosamente para sortear todos los inconvenientes y los riesgos del ascenso, pero una vez en la cima, ese conocimiento puede ser descartado. Ya no resulta necesario. Desde la cumbre ve todo de manera diferente, ve la relación que existe entre las cosas y no necesita pensar en los medios que utilizó para llegar. Igualmente, la ley mosaica o, por lo menos, los Diez Mandamientos son instrucciones acerca del aspecto de la Verdad en cuanto a la forma de cómo alcanzar el nivel del Bien donde, como mandamientos, ya no tienen significado alguno puesto que el hombre conoce el Bien directamente.

Reflexión:

No quisiera concluir sin un análisis a la inversa. Así como la verdad es el camino que conduce al bien, podemos deducir que la mentira conduce al mal. Tanto el concepto del bien como de la verdad dependen del nivel de ser de una persona.
El nivel más bajo, el Hassnamus, el Malvado, lindante con la animalidad, tan frecuente en la sociedad actual, concentra en sí mismo las mayores dosis de egoísmo, egolatría, avaricia, etc. y su característica primordial es gozar del dolor ajeno. Por supuesto que su principal arma será la mentira que, tal vez para él mismo sea su verdad.
Imaginemos un ser de estas características  gobernando un país, como Argentina, fomentando el odio y la división entre propios y extraños, blandiendo la espada contra múltiples enemigos surgidos de su propia imaginación, doblegando con el poder del dinero a  propios y extraños,  cuánto daño puede causar.
Si se me ocurriera preguntar al mismísimo  G. “qué podemos hacer?”, creo que respondería desde su tumba, con su voz fuerte y burlona: “Hacer? No podemos ni debemos hacer nada. Ella es su propio castigo”.

POSTFACIO
Nobleza obliga a aclarar que estas ideas no me pertenecen. Provienen de mentes despiertas que G. supo difundir y, hasta cierto punto, vulgarizar. Acá sólo nos limitamos a seleccionar, sintetizar y darles un cierto orden, manteniendo como centro de gravedad el tema que nos ocupa.
Este origen, ajeno a mi propio intelecto, las hace más valiosas, porque no surgen de un “estado de vigilia”, sino de una conciencia superior y es de esperar que despierten en quienes las lean, las posibilidades infinitas que tiene el hombre en su interior si logra conectarse con ellas.
Un gran abrazo a mi amiga Liliana que tuvo la enorme paciencia de leer y esperar hasta el final para concluir con este largo relato, pero con ella compartimos la idiotez de creer en un mundo mejor a partir del crecimiento interior.

Que estas ideas produzcan todo el bien que nos propusimos al escribirlas.

(los destacados son míos)

jueves, 13 de junio de 2013

Las Argentinas Paralelas y el unico país de las tragedias.

Un universo paralelo nos atraviesa...y muchos creen vivir, no se sabe dónde...si la Argentina del vector 1 o del vector 2...Cristina vive en su propio vector, pero el mismo nos atraviesa sin conmiseración, con absoluta mezquindad de los otros dos.

Este es el resultado de los discursos, de esos productos de la palabra...la creación de argentinos con realidades paralelas, de universos, puntos de vista, distintos, pero un único país de las desgracias.

La realidad, por dónde pasa? Dónde existe, si existe? en los triunfos? en las derrotas? en los siniestros? en las masacres? en el consumo?  en las buenas noticias del vector 3? en los 15 mil barriles, esa lágrima que anunciaba el gobernador Sapag ayer, en teleconferencia con Cristina? en los 80 alumnos de Ingeniería del Petróleo? La realidad, los hechos, la vida cotidiana, la vida real de cada uno, que cada uno sabe, por dónde pasa? Hegel hablaba de la subjetividad objetiva...y pareciera que estos universos paralelos dan cuenta de esta observación.

A pocas horas del accidente de Castelar, los universos paralelos se entrecruzan a las buenas noticias del Vector3 y zas!!! el vector 1 le arruina la fiesta al "encantamiento"de Cristina por las buenas noticias...porque su lado vulnerable son las malas nuevas...la descolocan de su centro de impecabilidad construida. Esta consiste en el Unitarismo Recaudatorio y Celebratorio de Obras, y, a su vez, tiene su correlato en el Federalismo de las Desgracias. Ninguna de ellas es de su jurisdicción, a pesar que le cabe y los "40 millones de argentinos". Para su Unitarismo, todo lo bueno -a su modo de ver, como los 15 mil barriles de petróleo de Sapag- son su obra celebratoria.

A poco tiempo de haber estatizado los ferrocarriles, en realidad haberlos sacado de las concesiones, una nueva tragedia ferroviaria, esta mañana, en la estación Castelar del ramal Sarmiento.

He esperado las palabras de Cristina, en un acto que no suspendió por esta tragedia, y todo se resume, en sus palabras, las dos carátulas de la vida...nada más...esa fue su sola reflexión. Mirá que venir a morirse esa gente justo un día como hoy...

Las Argentinas Paralelas, en toda la militancia reunida en el Museo del Bicentenario que aplaudía el Índice de Gini- quizás creyendo que era una bebida tipo refresco-, en la gente de a pié que posteaba  en Twitter,  y un único país de las tragedias, los que hoy velan a sus muertos, en la nueva tragedia del Sarmiento en la Estación Castelar.

Todos esos universos paralelos, esa subjetividad objetiva que cree en la verdad de su universo...más allá de la realidad incontrastable de los hechos.


Solo pido, como muchos, que el motorman y su ayudante del Tren Chapa 1...no sean asesinados como el motorman que avisó que los frenos no andaban en la Tragedia de Once que se cobró 52 vidas.

lunes, 3 de junio de 2013

Las palabras más apasionadas que un argentino supo escribir

Tiempos de esta escritura? No interesa cuándo. Su lectura sólo remite a la actualidad y al deseo, compartido por muchos, de una Argentina distinta...que conjure sus males históricos, que los supere, quizás luego de haber llegado adonde este autor no pudo imaginar nunca.

Lo comparto como uno de los textos mas apasionados que un argentino pudo escribir.


Después de intentar durante años paliar mi aflicción inútilmente, siento la necesidad de gritar mi angustia a causa de mi tierra, de nuestra tierra.
De esa angustia nace esta reflexión, esta fiebre casi imposible de articular, en la que me consumo sin mejoría. Esta desesperanza, este amor —hambriento, impaciente, fastidioso, intolerante—; esta cruel vigilia.
He aquí que de pronto este país me desespera, me desalienta. Contra ese desaliento me alzo, toco la piel de mi tierra, su temperatura, estoy al acecho de los movimientos mínimos de su conciencia, examino sus gestos, sus reflejos, sus propensiones; y me levanto contra ella, la reprocho, la llamo violentamente a su ser cierto, a su ser profundo, cuando está a punto de aceptar el convite de tantos extravíos.
La presencia de esta tierra yo la siento como algo corpóreo. Como una mujer de increíble hermosura secreta, cuyos ojos son el color, la majestad, la grave altura de sus cielos del norte, sus saltos de agua en la selva; cuyo cuerpo es largo, estrecho en la cintura, ancho en los hombros, suave. Su molicie es la provincia; su hijo vivo en el embrión: la entraña activa de los territorios, las gobernaciones, las metrópolis. Su cabeza yace cerca del trópico sin arrebatarse, a la vez próxima y distante; otra cosa. Su matriz está en el estuario, matriz fortísima de humanidad, que penetra hasta la entraña por los dos potentes cauces fluviales, su esbeltez, su sistema nervioso todo, parecen descansar, erectos, eternos, en el sistema vertebral de los Andes. Busto liso de mujer en torno a las bellas turgencias pectorales, los desiertos, las sabanas, los montes del norte indómito; el vientre: la pampa, extenso y sin ondulación como los de la normativa escultura. Sus miembros, armónicos y largos, conformados por las largas colinas pétreas de la Patagonia, no sin el vello regular de los valles. Sus pies se afinan hacia el sur, descansan sobre el estrecho glacial, tocan los acantilados estériles y desiertos del Cabo de Hornos, y dejan que los ingleses —otrora despechados— se entretengan con la babucha suelta de las Malvinas.
Quiero verla así, como mujer, porque mujer es lo que atrae amor; y mater.
¿Qué puede ser el pueblo nacido de esta mujer, mater? Virilidad, serenidad, coraje; inteligencia y hermosura viril, en lo humano; antes de nacer, a nadie se puede presumir traidor de un bello vientre.
La verdad: el pueblo nacido de aquel vientre todo eso ha sido. Y con algo más, todavía con algo más: en él, la inteligencia fue siempre una forma de bondad. Amar en espíritu es compadecer, ha dicho Unamuno, y quien más compadece más ama.
De esas virtudes, he querido saber cuáles existen y cuáles están en trance de muerte.
No quiero un soliloquio, no, sino un diálogo, con ustedes, con los argentinos que prefiero. Esta confesión, ¿qué fertilidad tendría si no son las respuestas? Qué eficacia, sino la inquietud que despierte, el cuidado, el escrúpulo que suscite —el estado de conciencia que sea capaz de crear con su propio estado. Yo no puedo enseñar, yo no puedo —ni quiero— obligar ningún pensamiento, yo no puedo instruir; quisiera, tan sólo, conmover; es decir, mover conmigo.
Hacia nuestra Argentina, argentinos insomnes; hacia una Argentina difícil, no hacia una Argentina fácil. Hacia un estado de inteligencia, no hacia un estado de grito. Quiero decir con inteligencia: la puesta en marcha de una desconfianza en nosotros mismos junto con la confianza; sólo esto es fecundo. Mientras vivamos durmiendo en ciertos vagos bienestares estaremos olvidando un destino. Algo más: la responsabilidad de un destino. Quiero decir con inteligencia la comprensión total de nuestra obligación como hombres, la inserción de esta comprensión viva en el caminar de nuestra nación, la inserción de una moral, de una espiritualidad definida, en una actividad natural.
Es necesario ir hacia ello, no detenerse, argentinos, argentinos sin sueño, argentinos taciturnos, argentinos que sufren la Argentina como un dolor de la carne.


Es a ustedes a quienes me dirijo. No a otros. No es al argentino que se levanta, calcula el alba según términos de comercio, vegeta, especula y procrea. No es al, así llamado, “Señor de la patria”, tan generalmente vendido a oros ignominiosos (y en éstos entra el soborno que sobre cierta índole de hombre ejerce la oscura ceguera de ignorar, el nublado destino de no entender y la campana triste del énfasis). No es a los que “hacen” y “viven de” la Argentina. No. Sino a ustedes, que forman parte, quizá, de esa Argentina sumergida, profunda, a cuya digna y grave gloria está dedicado este libro. A ustedes que tienen la edad del alba.
Aquellos otros son irracionales, la parte irracional (a decir justo: animal) de nuestro pueblo. Y sólo en la medida en que lo racional de un hombre es alto crece hacia su raíz la nacionalidad intrínseca, la nacionalidad inmanente, lo nacional. No hay nada más lóbrego y terrible que el nacionalismo de los hombres de razón corta. No es un azar que las bestias no reconozcan patria sino donde confinan su defensa y alimento. Cuanto más elevada es la racionalidad de un ser, más grande es el árbol que su nación planta y extiende en él. Una sola cosa temo, y es el amor sin inteligencia del corazón, porque ésta es la especie de amor que mata por proteger.
Estamos abocados a males tantos, en esta tierra de tanto sol y tanta tierra y tanto cielo, que yo no veo remedio, para salirles al paso, más que el fruto que dé una categórica, radical, rotunda movilización de las conciencias. Movilización es maduración: cuando todas las partículas de un organismo vivo se ponen en extremo movimiento, en agitación, es cuando ese organismo va a dar sazón a su fruto, cuando todo ese organismo se mueve en el sentido de su secreta presciencia y todas sus células han adquirido una suerte de orgánica lucidez. Y si somos todavía un pueblo verde, un pueblo en agraz, no es porque seamos “un pueblo joven” —cándida, inocente mentira, ya que no los hay bajo el sol jóvenes ni viejos, y aun se es más viejo en todo caso por ciertas frustraciones de la juventud—, sino porque nuestra conciencia está en mora, porque ella no se ha desarrollado desde sus fuentes, desde su hondón, sino quedado sobre sí y como cerrada. Lo que estamos es sin fruto verdadero y sólo nuestras ramas de árbol criollo se han echado a expandirse por el falso espacio de una supercivilización aparencial. Los hijos de los hijos de argentinos, ¿a qué se parecerán? He aquí una cuestión que hay que sentir preocupadamente. Yo sé a lo que se parecerán en su forma vital, pero no sé a lo que se parecerán en su forma moral. Yo sé que serán ricos, yo sé que serán físicamente fuertes, técnicamente hábiles; lo que no sé es si serán argentinos. Y no sé si serán argentinos porque sé que sus padres han perdido ya hoy el sentido de la argentinidad.
El sentido de la argentinidad. Ya con sólo enunciarla, esta frase suena extraña porque apenas tiene crédito en nosotros, no encuentra en la persona el necesario campo crédulo y responsable. Es una oración blanca, por similaridad con esas voces blancas con que se habla en América de las cosas del espíritu y la cultura, es decir, en términos puramente locutorios y no consustanciados. Y si esta oración fundamental es una oración blanca, no hay que poner el grito en el cielo sino en el alma; hay que poner el grito en el alma. Hay que poner el grito en el alma porque estamos ante la comprobación de una certidumbre y es que nuestra conciencia permanece inmatura y de que corremos el riesgo, no ya de seguir siendo, sino de ser cada vez más hombres prematuros.
No lo eran aquellos de quienes nacemos como pueblo. Lo estamos siendo, cada vez más, nosotros. Por una involución, por un proceso de involución ante el que hay que detenerse y decir: no. Sin quedarnos en nuestra aflicción, sumidos en el árido reflexionar de cubil, sino saliendo de nuestro cuarto en modo ardiente y precipitado para llevar adonde mora el vecino la declaración de nuestra decisión crítica y nuestra hambre, nuestro no a este avance inerte cuyo andar es como un sopor que se desplaza sobre hombres, masas y ciudades.
No. La Argentina que queremos es otra. Diferente. Con una conciencia en marcha, siendo esta conciencia lo que debe ser, es decir, sabiduría natural. Si según la teoría socrática recogida por Platón en su Fedón, ciencia es reminiscencia, lo que necesitamos en todo momento es reminiscencia, o sea conocimiento anterior del origen de nuestro destino y en el origen de nuestro destino está el origen de nuestro sentimiento, conducta y naturaleza. En nuestro origen natural está potencialmente contenido nuestro devenir; si perdemos el recuerdo, o sea la ciencia, de nuestro origen interior —¿qué podremos ser más que un optimismo errabundo? Haberse originado es originarse constantemente, nacer es seguir naciendo— y si no sabemos cómo y para qué llevamos en nosotros tan constantes nacimientos, esta ignorancia adquirirá, bajo el aspecto de una vida que se perpetúa, el valor de una muerte que se repite.


He aquí que estas reflexiones, llevadas a su extrema consecuencia, no me dejan calma. Cada día veo a la Argentina actual desnaturalizarse en uno u otro acto. De pronto está ahí, presente; de pronto está perdida. Inútil tratar de llamarla a un examen de sí: su voz presente está batida por una suma circunstanciada de ignorancias. Lo cual le improvisa una actitud similar a la de ciertas mocedades, que tan pronto causan gracia como desaliento. ¿Qué hacer ante este país en el que se reproduce la parábola del Hijo Pródigo? Se ha echado a andar en busca de deleite y riqueza; imposible no advertir que se ha alejado también en demasía de algo de lo que no debió alejarse nunca: del sentido de su marcha interior.
Y los pueblos, como los hombres —¡una vez más, Señor, como los hombres!—, no son dueños de sus fines, sino de sus caminos. La existencia de cada especie viviente sobre el planeta no conoce ningún fin; toda ella es camino. Caminos vivos son los hombres, camino el insecto de alas que muere en el aceite. Camino la vida y camino la muerte. Todo es camino. Camino es el cuerpo y camino el alma hacia una remota consumación. Camino el amor, camino la caridad, camino el odio que divide y la esperanza que apunta por el este con cada amanecer. Camino la aparente inmovilidad de las móviles constelaciones; la duda, el gozo y la agonía; camino el hombre que acecha en la sombra para golpear con traición y la mujer que —sangre de su sangre— mata en pleno amor; camino el sueño del taciturno, el coraje del atrevido, la actividad del activo, la pereza del perezoso, el mal periódico de la mujer y en lo alto de su angustia poética su delirio crepuscular, el andar del niño, la cruel reserva del ateo, la mentira del mal cristiano, el orgullo del que medra y la amargura del pobre. Caminos son todos esos.
Malos dueños de nuestros caminos somos cuando empezamos a descuidarlos. Porque entonces, según la parábola de las Escrituras, el que va en busca de días y noches opulentas vuelve por el camino triste siendo cuidador de puercos. Esto lo sabía de sobra Maquiavelo, con su discreción previsora y su cara de oscuro caviloso imbeciloide (según se le ve todavía en un rincón de la cámara ducal florentina), cuando aconsejaba a Lorenzo el Magnífico: “unos han creído y otros siguen creyendo que las cosas de este mundo las dirigen Dios y la fortuna, sin que la prudencia de los hombres influya en su mudanza y sepa ponerles remedio..., pero me atrevo a aventurar el juicio de que si de la fortuna depende la mitad de nuestros actos, los hombres dirigimos, cuando menos, la otra mitad.”
Nada se dirige, a decir verdad, pues vivimos en el llano, punto desde donde no se manda; pero se es o se deja de ser, según que tengamos o no el coraje de nuestra conciencia. Esto, que puede parecer casi nada, es tan grande cosa que sólo por ella fue un Hombre apresado en el huerto de los olivos y muerto a la caída de la tarde, una víspera de sábado, y muertos en igual modo el bueno y el mal ladrón, y perdido un mal juez y entristecidos sin aparente motivo algunos centuriones, y enterrada viva mucha gente en las catacumbas de la campiña romana y, época tras época, precipitados los hombres unos contra los otros, sin más que dar de sí, y al final de sus vidas, en lo más cruel de sus guerras, un ligero gemido y una nostalgia tardía de paz y de perduración.
El extravío de nuestro pueblo es joven, tiene los años de este siglo: poco más de treinta y tantos. He visto inmigrantes de antes e inmigrantes de después; en ellos puede estudiarse, como las turbaciones profundas en un semblante, la historia de nuestra decadencia como patria, más que como nación o como Estado. (Y escandalícense poco aquellos a quienes este género de verdades choca: cuanto mayor sea su sentimiento de escándalo, peor será su culpa el día en que haya bastantes decididos a ser mejores.) He visto a extranjeros llegados a nuestro país cuando todavía estaban vivas las voces de nuestras inteligencias mayores, y para esos hombres lo argentino era un estado de religiosidad; gleba y árbol, casa u hombre, a todo lo de aquí cobraban novísima devoción esos hombres venidos de pueblos donde el esfuerzo humano ha perdido eficiencia; estaban aquí viendo el levantamiento casi heroico de una nacionalidad donde todo estaba por crearse, desde los parques metropolitanos, la línea urbana de las viviendas, las canciones de marcialidad, las previsiones de la política, la realidad orgánica del país en lo extrínseco y lo intrínseco, hasta la articulación visible de su inteligencia. Era la gesta moral y la material de un territorio fabulosamente ofrecido al porvenir. Pero éste no era un porvenir ilusorio y desierto, sino un futuro activo y habitado, un futuro presente, como son los futuros de todo aquello que se crea por un acto volitivo, en el cual lo porvenir no es más que el progreso, o forma ulterior, de un acto actual. Y ante el espectáculo de esa auténtica grandeza potencial, los hombres venidos de otras tierras se recogían, se consustanciaban, enmudecían. Yo he visto en su ancianidad, en la ancianidad de hombres así, las huellas de este sentimiento de fervor, tan sencillo, tan emocionante y tan puro. Y ante ellos me he conmovido con una emoción de mi tierra, porque en esos rostros llenos de arrugas negras como las de los antiguos labriegos, amigos ya de lo eterno y sin codicias terrestres, perduraba esa expresión; no otra que la expresión misma de un mundo nuevo, el espectáculo de un amanecer que va sin pausa hasta la medianoche y recomienza. Habían sentido en torno de ellos, de esos extranjeros, el rumor de una sabiduría: el rumor de ideas, sentimientos, esperanzas, gestos, voluntades en marcha, el rumor de un mundo de hombres recientes que se pare a sí mismo, pero no a oscuras, sino como hijo que se abriera paso solo en la tiniebla del claustro materno. Hablaban de las cosas argentinas, de los viejos hombres tutelares, de imborrables lapsos de luz en las oraciones públicas (como el discurso de Avellaneda al ser repatriados los restos de San Martín), de tal o cual virtud sensible en tal o cual hombre nuevo de la tierra nueva, con la misma voz tierna y un poco solemne con que, en el lugar de su nacimiento, más allá del océano, habían aprendido a deletrear el Eclesiastés.
Y he visto a los inmigrantes ulteriores. Y en vano he querido adivinar en esos rostros más jóvenes de ambiciosos el brillo con que se entiende algo más que las letras de los anuncios metropolitanos, se oye algo más que las canciones de café, se ve algo más que la imagen física de un país confortable, se percibe, en fin, algo más definido y profundo que el mero sentimiento de una pretenciosa orquestación nacional. Los he visto: alegres por fuera, sordos por dentro. Atados a nuestro destino, no ya sin conocernos: sin siquiera presentirnos, sin vernos más allá de la piel.
¿Es de ellos la culpa? No; sino nuestra, argentina. Porque la sordera de ellos es un modo que tenemos de aludir a nuestro mutismo. En nuestro mutismo preferimos no pensar. Creemos que basta con proclamarnos para nuestros adentros: adelante, y Dios proveerá.
¡Qué engaño! Qué engaño, porque Dios no proveerá. Está escrito: “el que quiera salvar su alma la perderá...” El que quiera salvar su alma; es así que nuestro libre arbitrio nos pierde cuando no está ordenado a un principio trascendental, cuando lo dejamos irse de las manos de nuestra virtud, de nuestro corazón y de nuestro conocimiento; siendo éstas, no sólo las manos fértiles del hombre, sino las ramas del árbol fundamental, el principio de los principios, porque no hay principio que no florezca de esas tres ramas.


Inevitable es ahora que empiece por hablar de mí, ¡tan inevitable, tan imprescindible! Estas páginas están dictadas, ya lo he dicho, por una ansiedad, por una aspiración, por una necesidad de diálogo. Quisiera tener algunos rostros argentinos vueltos por un instante a mi propia desazón, a mi propia lucha, a mis propias esperanzas, a mis agonías y renacimientos frente a un pueblo cuyo destino me retiene en los límites agrios del desvelo. Ya casi mi palabra es sólo fervor; ya casi no deseo más que partir ese fervor con otros, esto es, confesarme, hacer mi fe común con otros. No hay amistad cierta que no se base en una ininterrumpida confesión, en un comprenderlo, verlo, sentirlo todo confesándoselo. Confesión quiere decir unidad, sin lo cual no puede haber nada entre tú y yo, lector que me has de juzgar, querer, abominar o padecer.
Con lo cual, la pretensión de estas páginas no es poca, y demasiado grande es su propósito; porque pretensión y propósito suyos son encontrar en su camino algunos hombres y detenerse con ellos y contarse los unos a los otros la causa de su contrición y de su fe, y decirse: “Por esto vivimos, por esto padecemos, por esto luchamos, por esto amamos, por esto nos desangramos y por esto morimos.”
Yo no sé que haya en la tierra, con excepción de la fe misma, otra posibilidad de confortación.

Prefacio de Historia de una pasión argentina. Eduardo Mallea. 1937.
http://es.wikipedia.org/wiki/Eduardo_Mallea