Un 30 de junio de 1974 me encontraba en el bar de la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad del Salvador, en el barrio de Once. Cursaba el primer año de la carrera de Ciencias Políticas. Tenía 18 años y
hacía dos que vivía en la Ciudad de Buenos Aires, venida de la provincia.
Éramos muchos allí, en una enorme mesa con gente, por demás, de varias raleas: hijos e hijas de diplomáticos, hijos e hijas de empresarios, sindicalistas de la JTP, montoneros, militantes del CNU, agentes de los servicios de inteligencia (lo supe después) y medio pelaje como yo, salida un poco del cascarón, con minifalda rabiosa, pestañas postizas, botas bucaneras, con ojos como radares y oídos como parabólicas. La universidad, aquellos cinco años, fueron la gran experiencia de mi vida, en el orden personal y en el contexto de la historia que vivíamos todos. Perón había echado de la Plaza de Mayo a Montoneros, aquél 1ro de mayo, y unos días antes, de esta fecha que preciso, el 12 de junio de aquél año, el viejo se había “como despedido”. Pero no lo sabíamos aún, a pesar de ciertos rumores y que Isabelita volvía de Suiza ese mismo día.
En esa gran mesa estábamos, como un grupo aparte, Daniel, Susana y yo. Ellos me llevaban más de diez años en edad y Daniel ya era padre de familia. Era un dirigente sindical joven y, como nota de color, venía de familia espiritista, tradición ésta de la que renegaba y de la cual se había apartado. No obstante, la mandó a Susana a lo de su tío para que le hicieran una “cura”. Susana estaba muy loca, vivía a cigarrillos, estudiaba siempre de noche, trabajaba en un sindicato donde se pintaba las uñas mientras a los demás no les alcanzaban las manos.
Aquél 30 de junio, en el intervalo de media hora entre las 20.30 y las 21.00, apareció junto a nosotros tres,
un compañero que se dirigió a Daniel y le dijo:
-.che, se murió Lalo…
- Lalo?...se murió Perón.
La frase cayó, inexplicablemente, en medio de un silencio de aquél bullicio de la gran mesa que nos convocaba. Todos contuvieron la respiración un instante y luego la catarata. A partir de allí vinieron las explicaciones, muy a pesar de las convicciones declaradas por Daniel, pero se había metido en el ojo del huracán y aunque fueran esotéricas, todos esperábamos la respuesta, muy lejana al materialismo dialéctico que profesábamos.
Así supimos que el Hermano Lalo, quién dirigía la Escuela Científica Basilio por aquél entonces, había muerto ese día, según este compañero portavoz de la noticia. Que compartía con Perón una suerte de comunión de espíritu, que durante el exilio se comunicaban de este modo y que cuando uno muriera, moriría el otro.
Creo que nadie se acordó de esto unas cuantas horas después, cuando Isabel hacía el anuncio por la Cadena Nacional. Yo estaba estudiando mi concierto como egresada del Conservatorio cuando sonó el teléfono y era Susana:
-.Qué estás haciendo boluda?
-.Estoy estudiando el piano…
-.Poné la tele, se murió Perón…está hablando la Chabela.
-.eh?!
-. Sí, no hay facultad ni nada…después te hablo.
Después llegó Papá muy temprano y salió corriendo a hacer compras al almacén, por los días que duraría el velorio y nos agarraría sin nada o con poco.
Mi madre apareció mucho después, luego de haber entregado al último niño de su escuela, horas más tarde del asueto. Contó varias historias de gente llorando que retiraba a sus niños y en especial la de un hombre cuya hijita no había ido ese día a la escuela, pero este hombre venía a retirarla. El hombre lloriqueaba; mi madre le dio la mano diciéndole alguna frase consoladora de forma, pensando que era por Perón. Al expresarle que la niña no había asistido y que seguramente estaría con la madre, el hombre visiblemente muy nervioso dijo que sí, seguramente la madre habría decidido que no viniera a la escuela y que él, recién llegado del trabajo y sin haber pasado por su casa, le quería ahorrar el trámite. El hombre se fue.
Mis padres, hijos de anarcosindicalistas, siempre fueron antiperonistas. De modo estoico solventaron aquellos cinco días de velorio donde sólo había televisión de aire y en cadena. Yo, por lo menos, ocupaba mis horas con el concierto y lo bien que me vino.
Hace algunos años hablé con personas del culto espiritista sobre este incidente de Lalo y Perón, casi como una investigación esotérica del peronismo, por si le faltaba algún ángulo más. Nadie tiene constancia de este hecho. Hoy, en la página oficial de la Basilio, consta que Lalo murió un 27 de junio y no un 30. Algunos dicen que Perón ya estaba muerto cuando llegó, el 1ro de julio, Isabel de Suiza. Y que la fecha oficial fue esa por la razón del regreso de su mujer. Han pasado treinta y siete años y nadie ha desempolvado la historia.
Digo ésta, porque hace un tiempo hablaron las que fueron las enfermeras del General y se constata, en su relato, la fecha.
El hombre que lloraba en la escuela de San Miguel, donde mi madre era Directora, apareció, luego de los cinco días de asueto, diciéndole que a su niña la tenía raptada una vecina y que por eso no había ido a la escuela ese día, el día que murió Perón.
Los sucesos posteriores revelaron que la madre de esa niña había sido asesinada el día 30 de junio por su marido, el hombre lloriqueante por Perón. La enterró debajo de la cama, la niña la vio y se fue donde la vecina, amiga de la occisa. Con la ayuda de mi madre, de la asistente social, la vecina y la justicia, encontraron a la pobre mujer enterrada debajo de la cama, donde la hija la vio, el marido terminó preso y la niña fue dada en custodia a la vecina y amiga de su madre.
Hoy, con suerte, debe ser una mujer de más de cuarenta años y quiero pensar y desear que la vida la haya recompensado de aquél fatídico día 30 de junio de 1974, el día en que oficialmente murió Perón.