Estamos en una oficina soterrada de Esmeralda y Viamonte. Es un subsuelo sobre el techo del subte de la Línea C.
Por arriba nuestro, la calle es un infierno de marchas, frenadas y bocinas. Cada subte que arriba a la estación Lavalle nos hace vibrar los asientos. Según la hora que sea, ya tenemos calculada la frecuencia: cada tres, cada cinco minutos. Ida y vuelta. La vibración en los traseros.
Son casi las diez menos cuarto de la mañana.
Una radio prendida en FM Tango. “Garúa” sobre la ciudad y en la oficina se habla de los números que salieron a la cabeza: el 17 y el 13... mientras magnetizamos boletas y se escuchan las quejas del próximo sueldo de agosto, ya que estamos a 18 de julio y casi nadie tiene plata.
En la oscuridad burocrática del sótano, nos sacude un sonido de derrumbe. Por un momento dejamos nuestras letanías y miramos hacia el techo. Esmeralda esta detenida un instante y luego vuelve hacia su locura diaria.
Nosotros nos miramos sin decir palabra. Un polvillo del techo me cae encima...lo retiro, para luego volver a mi estupidez diaria.
No se nada del mundo, en este instante, mas de lo que me rodea.
(Extractado de La Memoria de las Calles...Las Calles de la Memoria. Liliana H. Rodríguez. Ed. Pardo.Buenos Aires. 1999)
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