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viernes, 7 de septiembre de 2012

Dia del Montonero

Hoy se conmemora el Día del Montonero, fecha en que Fernando Aval Medina, tío del actual Jefe de Gabinete de Ministros, y Gustavo Ramus, se tirotearon con la policía un 7 de septiembre de 1970 en una pizzería de la localidad de William Morris, con la muerte de ambos.
Murieron, no por ejecución sumaria, como se ha decretado por los Kirchner en su nueva versión de la Conadep -http://www.lahistoriaparalela.com.ar/2012/09/06/0709-dia-del-montonero-celebracion-imberbe-y-desinformada/ - sino mano a mano y en su propia ley. http://www.publicaronline.net/2010/09/06/los-kirchner-han-%E2%80%9Cactualizado%E2%80%9D-los-anexos-de-la-conadep-creada-por-alfonsin-en-1983/

En la disputa de quién es mas montonero que otro, habrá dos actos, uno semioficial ya que la agrupación Kolina, de Alicia Kirchner, la comanda, junto a las agrupaciones de Nuevo Encuentro, de Sabatella, Negros de Mierda, del penitenciario Hortel, y la Tupac Amaru, de Milagro Salas. El otro, lo hará Cirilo Perdía, histórico dirigente militar de Montoneros, junto a Quebracho,Movimiento Teresa Rodríguez y el Movimiento Peronista Auténtico.

Pablo Giussani -http://www.megustaleer.com.ar/autor/35095/giussani-pablo-c - en Montoneros, La Soberbia Armada,Cía Impresora Argentina,Buenos Aires 1984, concluía su libro con estas frases, destinadas a una joven de dieciseis años que muriera tratando de poner una bomba en una comisaria, en los años 70:
Las responsabilidades que se esconden tras la muerte de Adriana,en cambio, son más esquivas,menos reconocibles. En contraste con las del régimen militar, expuestas desnudas a la abominación universal, estas otras, se ven protegidas y disimuladas por una prestigiosa fraseología revolucionaria y por un peculiar estado de conciencia que genera en cierta clase media ilustrada predisposiciones a compartir, comprender o disculpar toda irregularidad que se comenta en nombre de la revolución.
(...)

Los montoneros, afortunadamente, han quedado atrás en la historia argentina, en la conciencia de los argentinos, y acaso parezca superfluo o anacrónico a esta altura un intento de estimular aversiones contra ellos. Condenar a los montoneros ya es en el país moneda corriente, casi una moda, por cierto más saludable que la moda precedente de ensalzarlos.
Pero ocurre que los montoneros son sólo la punta de un iceberg, cuyos componentes sumergidos no siempre están presentes en lo que se suele condenar bajo el rótulo de montoneros. Y una condena limitada a la parcela emergente es estéril, no denota conciencias inmunizadas contra una repetición del fenómeno.
La inmunidad depende de que todo el iceberg esté a la vista, y mis reflexiones aspiran a ser un paso en esa dirección.


Guissani escribía en los 80 lo que todos reconsiderábamos el final de una aventura revolucionaria, el final de un baño de sangre de izquierda y de derecha...el final de una época funesta e irrepetible en nuestra Historia como Nación. Sin embargo, advertía sobre la condena limitada a esa punta de iceberg, a esos componentes sociales y políticos sumergidos y a la espera.

Los actos de hoy dan cuenta que la espera hace cierto rato terminó y se lo puede exponer como reedición institucionalizada de aquellos Tiempos Violentos.

Acerca de qué advertía Guissani, en aquél contexto de los años 80, tanto nacional como internacional?
Un político revolucionario es un hombre que quiere hacer la revolución. Un militante de extrema izquierda es un hombre que quiere ser un revolucionario. Y hay considerables diferencias entre las motivaciones que llevan a construir en el mundo exterior una revolución y las que llevan a construir en uno mismo una personalidad revolucionaria.
Un político revolucionario, con su vida proyectada hacia una revolución entendida como fin que lo trasciende, está espiritual y psicológicamente disponible para asumir, a partir de la experiencia histórica, la creencia de que el camino hacia la revolución pasa por una coexistencia pacífica compartible con Willy Brandt, por un programa mínimo que lo asocie con Andreotti, o por las vías institucionales de la democracia parlamentaria y pluralista.
Para un militante de extrema izquierda, en cambio, la tarea de construirse autocontemplativamente una personalidad revolucionaria requiere otros ingredientes. La contemplación, autopracticada o buscada en otros a propósito de uno mismo, necesita un objeto claramente visualizable, audiovisualmente más atractivo.
Mientras que en un político revolucionario la tarea de hacer una revolución le exige a veces ofrecer de sí mismo la desteñida imagen de un concejal, la de construir una personalidad revolucionaria reclama colorido, brillo, una arquitectura de signos y símbolos asimilables a la temática de los posters.
Frente a la necesidad de hacer la revolución, que se resuelve en el universo de la política, la necesidad de dejar teñida en el universo de la imagen, reducida a pura iconografía: el birrete guerrillero, la estrella de cinco puntas, los brazos en alto enarbolando ametralladoras.
No es necesario precisar que la descripción de este narcisismo revolucionario es también, en gran medida, una descripción de Montoneros, con su sanguinolento folklore, sus redobles guerreros, su gesticulación militar.
Esta imaginería heroica, cuando se traduce a término teóricos, construye fabulosas teologías de la violencia, concepciones que asumen la violencia, no como respuesta circunstancial a determinadas condiciones exteriores, sino como una irrenunciable manera de ser.
La violencia no es ocasionalmente aceptada como una imposición externa, sino interiorizada, entrañabilizada, vivida como la expresión de la propia naturaleza y del propio destino.
Nada ilustra mejor esta interiorización de la violencia que el abismal contraste observable entre las imágenes con que construye su iconografía el narcisismo revolucionario y las que acompañan en Italia toda recordación -plástica, literaria o cinematográfica- de la resistencia contra el fascismo y la ocupación nazi.

El partigiano rescatado por la iconografía de la resistencia es, básicamente, un civil. El fusil o la ametralladora se agregan extrínsecamente a gastados pantalones campesino, sacos de oficinistas, raídos sombreros de fieltro y a veces hasta corbatas.
En el partigiano presentado por estas imágenes, la violencia aparece asumida como una anormalidad, como un momento extraño al propio programa de vida. Fue necesario tomar las armas y se las tomó, fue necesario matar y se mató, pero no como un acto de autorrealización sino como un doloroso paréntesis.
En la iconografía del narcisismo revolucionario, el arma es intrínseca al personaje. Entronca sin solución de continuidad con el uniforme verde oliva, el birrete con la estrellita, la mirada épica.
El tiempo nunca pasa en vano y remanida es esa frase de la Historia repitiéndose de tragedia en comedia. Hoy el ícono es un hombre con escafandra salido de un comic. Pero no por ello menos peligroso si los anticuerpos de esa inmunidad que, el autor sostenía para el futuro, no era profundizada.
El mismo lo explica cuando detalla, con lujo de pinceladas, el comportamiento de Montoneros ya en democracia, a partir de 1973.
Pasajera y puramente adjetiva es la personalidad del partigiano, la ametralladora es, en cambio, sustantiva y constitutiva de la personalidad de ese revolucionario autocontemplativo del que Montoneros mostró una de las tantas variantes latinoamericanas, quizás la más arquetípica.
Se explica así que, con el triunfo peronista en las elecciones de marzo de 1973 y el ascenso de Cámpora a la presidencia, comenzará para los montoneros un período de raro desasosiego, inadvertido al principio, pero palpable a las pocas semanas.
Legalizados, instalados de pronto en bancas parlamentarias, oficinas ministeriales y asesorías municipales, con gobernadores amigos y puntuales mozos que les servían a las cinco de la tarde el café con leche en sus despachos, se vieron repentinamente trasplantados de la iconografía al deslucido mundillo de las concejalías.
A los pocos meses resultaba evidente, para cualquiera que los frecuentara en ese período, que no se soportaban ya a sí mismos. Su identidad se les estaba escurriendo melancólicamente por entre los expedientes de las subsecretarías. Se los notaba cada vez más urgidos a pedir disculpas, a dar explicaciones, a deslizar en oídos extraños confidencias revolucionariamente imperdonables sobre su parque de armas, su subsistente infraestructura militar. La perspectiva de que sus primos hermanos del ERP los calificaran de “ reformistas” los aterraba.
En un día de agosto de 1973, se produjo un episodios menor y aparentemente policial que no atrajo demasiado la atención de la prensa. Un joven fue sorprendido por la policía en momentos en que intentaba “levantar” un automóvil. Hubo un tiroteo y el frustrado ladrón, herido de bala, fue internado bajo custodia en un hospital. Horas más tarde, un grupo armado irrumpió en el hospital, inmovilizó a la guardia y rescató al preso. Esa noche, Paco Urondo estaba invitado a cenar en mi casa, y llegó exultante. “ No sabes lo contento que estoy, me dijo. “ esa operación fue nuestra, y salió perfecta. Yo tenía tanto miedo de que nos estuviéramos achanchando en la legalidad. Pero lo de hoy demuestra que no es así”
Los montoneros venían cumpliendo en aquellos momentos una acción política que presentaba todas las apariencias de una creciente madurez, desarrollando organizaciones de masas, abriéndose hacia los cuatro costados en busca de aliados, promoviendo inclusive un principio de diálogo con el ejército. Pero aquella evaluación de Paco me produjo por primera vez la sensación de que todo esto iba a termina mal. La inserción montonera en la legalidad iba a terminar sofocada por aquella cola de paja que la acompañaba, por la creciente angustia del heroísmo en receso.
Un mes después de ese episodio, como vikingos rescatados por fin del tedio de la tierra firme para nuevas aventuras guerreras en el mar, los montoneros fueron convocados a perpetrar y asumir, el 25 de setiembre de 1973, el asesinato de Rucci.
“Era algo que necesitábamos”, me dijo algún tiempo después un montonero: “ Nuestra gente se estaba aburguesando en las oficinas. De tanto en tanto había que salvarla de eses peligro con un retorno a la acción militar”.
Una vez más, los montoneros rescataban su identidad y se reencontraban consigo mismos por fuera de la política, con una acción no apuntada a buscar efectos en el mundo exterior sino revertida sobre ellos mismos, como una autoterapia revolucionaria.

Nada más alejado de aquella construcción revolucionaria que la actual semblanza que nos muestran los jóvenes de La Cámpora.
El actual montonerismo urbano en desarrollo posee una identidad política, de oficina, de puestos rentados como CEO's de transnacionales, de choferes y secretarias y de toda una parafernalia tecnológica del mas alto nivel. Todo con dineros públicos, no fruto de secuestros...salvo el de nuestros bolsillos de contribuyentes.
El movimiento Tupac Amaru y su fuerza de choque son los socios adherentes en el pais del interior, de las calles de tierra y la gente descalza.
La Campora es la agrupación madre y el Hombre de la escafandra, su ícono.
Una sola Líder, o César, o Reina. CFK. Con ella, todo es posible en el ámbito de la política eterna...sin ella, el eventual camino inverso hacia la declaración de enemigos y guerra declarada.
Se me dirá que es aventurado afirmarlo o, al menos, suponerlo. Pero la transformación del país del Vamos Por Todo, tampoco hace unos años era imaginable.

Las condiciones internacionales han cambiado, de la Guerra Fría y el papel de Cuba en los movimientos insurreccionales de América Latina a un mundo definido por la Jihad Islámica y el Narcoterrorismo. Y no son temas menores, sino todo lo contrario...esta es una guerra caliente y explícita que atraviesa a los Estados, vaciándolos como fallidos, en algunos casos.

Cristina y sus agrupaciones esbirras han dado pasos firmes con alianzas políticas que integran este conflicto en nuestro horizonte. El chavismo y el correísmo explícitos, la denostación de procesos democráticos en Paraguay. La ausencia de un espíritu democrático solidario en contra de las víctimas de las FARC, de ETA...la formación de un partido político de Luis DÉlía, donde asiste Nuevo Encuentro de Sabatella y la plana mayor de la embajada de Irán.

Guissani en su semblanza de Montoneros insiste con un tema fundamental que es el de la muerte.

El narcisismo revolucionario necesita, en adición a su imagen, situaciones exteriores que la justifiquen. Su obsesiva visualización de la realidad como fascismo responde también a la urgencia por disponer de un contorno de estímulos a los que sólo pueda responderse con conductas iconográficamente satisfactorias, con movimientos fijables en un poster de tema heroico.
En otros términos, el narcisismo revolucionario necesita, de un modo visceral y como componente de su propia identidad, situaciones de violencia. Violencia practicada y violencia padecida.
Heroísmo y martirio.
Cristina detesta y niega hablar de los muertos de su gestión -http://www.perfil.com/contenidos/2011/08/10/noticia_0023.html-, ella insiste con los muertos de otros, en los que enarbola su prédica. El culto a la muerte, en su vestido negro y en su papel de Viuda Primera, me eximen de mayores comentarios. Pero volviendo a Giussani y sus temores de reedición del Montonerismo y su soberbia, él mismo citando a Umberto Ecco, explicita el tamaño del verdadero iceberg que hay que temer, y por el cual, el mismísimo gobierno de CFK, insiste en replicarlo.


“ Nos ocurre de tanto en tanto tener que explicar a otros o a nosotros mismos lo que es el fascismo. Y nos damos cuenta de que es una categoría muy esquiva: no es sólo violencia, porque ha habido violencias de varios colores; no es sólo un estado corporativo, porque hay corporativismos no fascistas; no es sólo dictadura , nacionalismo, belicismo, vicios comunes a otras ideologías. A menudo corremos, incluso, el riesgo de definir como “ fascismo” la ideología de los otros. Pero hay un componente a partir del cual el fascismo es reconocible en estado puro. Dondequiera que se manifieste, sabemos con absoluta seguridad que de esa premisa no podrá surgir otra cosa que “el” fascismo: se trata del culto de la muerte.
“ Ningún movimiento político e ideológico se ha identificado tan decididamente con la necrofilia erigida en ritual y en razón de la vida.
No quiero para mí, ni para mis hijos y mis futuros nietos, ni para la descendencia de mi generación, sobreviviente de aquellos años, ni para las generaciones futuras, que se fogonée una historia trágica de soberbios armados que usaron a una juventud incauta para la perpetración de su delirio paranoide.

Si ha Cristina le gusta sacar rédito de muertos antiguos...allá ella con su necrofilia. Pero si perdiera las elecciones o se viera acorralada por los monstruos que ella misma creó, sería dable, por millones de personas inocentes, que depusiera su soberbia, se llamara a retiro gastando sus millones o dando explicaciones a la Justicia sobre su inocencia en el crimen del Latrocinio. Que ni ella ni sus esbirros tuvieran el más mínimo atisbo de repetir una historia que, los que la vivimos, no quisiéramos para nadie.

Tengo más temores por su entorno que por ella misma...una chica tan posmoderna y millonaria que vivió su mayor aventura pero con una bipolaridad que le juega en contra. Quizás su fascismo y antifascismo millonario, comprensiblemente contradictorios, como la propia bipolaridad, la llamen a su último cuartel de invierno.

La Justicia Argentina debe ponerse de pié. Es el último resguardo que tenemos los ciudadanos.

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