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domingo, 3 de abril de 2011

Reivindicación de los porteños

La historia argentina está surcada de desgarros por sus divisiones sociales; en un país extenso, con densidades demográficas contrapuestas, con oportunidades económicas dependientes de la posición geopolítica de algunas ciudades, las batallas entre sus agregados sociales, entre sus regiones históricamente contrapuestas por estos desequilibrios, han merecido un único culpable, todavía denostado, luego de doscientos años de argentinidad, que se resume en el concepto antropológico de "porteño". Estos se contraponen, históricamente, al "resto" del país, o de la "argentinidad". Dónde está la verdadera? la genuina? la única? Dónde está ese denominador común que nos hace a todos los argentinos iguales, no ante la ley sino ante la magna disciplina antropológica? Esto es un devaneo de intelectuales a la madrugada de un sábado, con algunos tragos demás. Pero la resaca aparece esplendorosa al día siguiente, y lo vuelve a preguntar.

Hace diez años que vivo en "el interior" del país, lo cuál no significa vivir en la Argentina profunda, concepto que también debiéramos definir. Pero estar a dos mil kilómetros de la "cabeza de Goliat" hace un discreta diferencia. Discreta, en mis términos, porque los porteños, como yo, hemos inundado "el interior" del país casi como una plaga. No dejo de hacerme esta reflexión, en estos tiempos en que el gentilicio infame del Puerto de Buenos Aires ha "infectado" el interior impoluto y los desplazados del mismo han colonizado la Ciudad Autónoma del Puerto consabido y sus dos cordones suburbanos ya en la provincia, que hoy alberga al cuarenta por ciento del electorado argentino. Este proceso comenzó en los albores del peronismo cuando estos desplazados fueron llamados el aluvión zoológico; execrable concepto acuñado por los generadores de antinomias.

Quizás, esta antinomia sea la más relevante, entre las muchas que tiene la Argentina.
A mi entender idiota, se basa en una especie de "mirada por arriba del hombro" que los porteños tienen, por las ventajas comparativas de poseer, entre otras cosas, el gobierno central allí y todo lo que significa el tráfico de influencias.
Muchos provincianos han sido presidentes de la República, sin embargo, sólo a un bonaerense se le ocurrió -y sólo eso- de cambiar la capital Federal a otra provincia; el frustrado intento tuvo por denostadores a muchos paisanos de tierra adentro.

Entonces, los porteños son de m... y los provincianos, la Argentina Profunda?

Ayer por la noche me invitaron a una "milonga"...sí, aquí en el medio de las montañas, en el medio de la Cordillera de los Andes, con inviernos rigurosos, de muchos meses de frío y escazos dos meses de calor.Donde todos andamos arropados y vestidos como cebollas; con borceguíes, botas de abrigo, gorros y guantes y sombreros, sí sombreros. Todos, en nuestra vestimenta, somos montañeses. Sin embargo, ayer, fue una revelación ver a la tribu de la milonga: vestidos sin hombros, lentejuelas, encajes, zapatos de tango destellantes de brillos y "cachafaces" de riguroso traje negro y corbata. Este adminículo masculino es impensable en un pueblo como éste ya que, es bien sabido, que sólo los predicadores de los domingos van ataviados de esta manera.O en algunos casamientos, único evento que amerita la corbata rigurosa.
Pues bien, me fue gratamente revelador ver el distintivo porteño del tango, de lo que fueran los arrabales, los suburbios de mi ciudad, el origen perdido en el siglo XIX de lo que hoy conocemos como tango.

Fue una milonga caliente donde la tribu no paraba de bailar y la orquesta típica no paraba de tocar. Hermoso espectáculo que me hacía recordar alguna otra milonga, pero en Buenos Aires -en Babilonia- como la de "Niño Bien", donde algunas veces asistí. Me congratulé al ver que nuestra estirpe de malditos, en la historia argentina, tenía , no ya adherente, sino fieles y ciegos seguidores. Claro está, había más de un porteño, alguno como yo que se propagó en el Interior del país como una plaga...pero no importaba en mi visión subyugada del espectáculo.

Ya despuntando el final, cuando todo era encanto, tocó la hora en que la carroza se hizo calabaza y un discurso rompió la magia y me devolvió a la cruel historia de las antinomias argentinas.
Con una suerte de revisionismo histórico del tango se nos dijo, casi como la verdad revelada, que el tango ya no era más porteño; que sus raíces hasta indígenas lo despojaban de su carácter de música y baile ciudadano de los arrabales, ahora era de los argentinos del interior, de los paisanos. No puedo imaginar a mapuches con trutruka, en la noche de los tiempos, dar origen al tango, pero sí vi a una joven con un cultrum tatuado en su pantorrilla hábil junto a un joven de su etnia ser, casi, los mejores bailarines de la milonga.

Me fui silbando bajito, con el rabo entre las patas, pero sólo hasta la puerta de entrada. Cuando vi salir a la tribu engalanada y con el ofuscamiento de una milonga caliente pensé que en algo los porteños hemos contribuido a éste cambio cultural. Por oposición, y es lamentable, las peñas folclóricas  en Babilonia no crecen exponencialmente como las milongas. Quizás deba ser que el traje de paisana en nada se asemeja a las polleras con tajos ni los rutilantes zapatos con lentejuelas y el "charme" (permítaseme ésta sola palabra extranjera) de otras culturas, de otros países, y de otras nuevas colonizaciones.

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