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martes, 19 de abril de 2011

La Memoria del Asco

Era mi intención hablar de La Cámpora; para quienes no lo saben es una agrupación de militancia joven creada por el hijo del extinto ex presidente Néstor Kirchner.

 Pero como dijo, anoche, en un programa político, un otrora escritor argentino , ex embajador de la Unesco y ex candidato a Vicepresidente, La Cámpora es una página web.
 Con honestidad, a pesar de no coincidir en absoluto con sus posiciones sobre el mundo, la historia y el hombre, he acordado con él sobre ésta apreciación. Me sumergí en la página tomando un Reliverán al terminar de navegarla.

 Habiendo sido protagonista directa de lo que hoy, en el discurso oficial, se llama "juventud maravillosa", no pude dejar de repasar a los cronistas recientes de esta historia y los libros se acumularon delante de mí como los recuerdos. Ellos me han obsesionado durante décadas como acicates de una historia perdida, irremediablemente perdida para jóvenes extraviados en el fragor de una lucha de facciones peronistas.

 Tanto se ha escrito que yo no agregaría nada, salvo querer compartir este relato de mi imaginario de aquella época infame: jóvenes murieron sin saber que eran instrumentos de bandas organizadas de un lado y de otro, pero todas dentro del mismo Estado.

 Ojalá que siga siendo eso, una página web, de poca monta, inteligencia y desprecio por la historia. Una web mediocre que ojalá termine con este gobierno...no es bueno mirar un abismo, porque uno termina convirtiéndose en él.



Conoci a Susana en la esquina de Hipolito Yrigoyen y Alberti.
Cuando Mamá estaba  por servir el almuerzo, corrí hacia la cocina y le rogué : "... por favor, cortale la carne a Susana. Sí, mamá, sí ! lo que escuchaste.." "!...Pero cómo..?!", preguntó mi vieja  con insondable incredulidad. "Sí, mamá,sí, lo que te dije... cortásela...dame, dame el cuchillo , que se la corto yo". 
Quedaron, aquél mediodía, flotando como cándidos pajaritos en vuelo circular, los peros de mamá "Pero, pero...pero..?" Mientras yo cortaba el churrasco sonaban en mi cabeza, todavía, los tímidos peritos de mamá, hasta que se decidió a arrancar: "...pero...qué le pasa a esta chica..? no puede cortar la carne? " " No, mamá, no puede" , le contesté lacónica ." ...y por qué?", preguntó mamá con una mezcla de decoro y temor."Porque tiene miedo a que grite". 
Nos quedamos mirándonos fijo, sin decir palabra .
Mamá , a través de la puerta de la cocina, la observó con indisimulable recato por encima de mi hombro: certificó las extremidades superiores de la aludida Susana. Notó que tenía sus dos manos, con sus diez dedos,cargados de anillos de plata , los que  gesticulaban al son de su locuacidad.
Ella, mientras tanto, estaba conversando con papá, en el comerdor. Hablaba con verdadera exaltación sobre su próxima graduación de Procuradora, sobre sus incursiones en la carrera de periodismo y sobre sus intensiones con la ciencia política.
El viejo estaba verdaderamente seducido, subyugado por la presencia y el estímulo, que supondría, para su hija, una compañera avezada en la universidad y doce años mayor.
 Cuando aparecí en el comedor, los gruesos bigotes del viejo , comenzaron a caer ; el sostén de la cara se le vino abajo, ante el enigma  mental que  significaba entender un churrasco cortado en pequeños cuadraditos nadando en el jugo, que rezumaba junto al puré de papas.
Susana , con verdadera lentitud comenzó a levantar con la punta del tenedor  las partes más altas del puré . Yo miraba la operación  con curiosidad  y, debo admitirlo, no sin cierta admidaración  por la estética de los surcos que el tenedor  iban, desapaciosamente, dejando a su paso.
Mi padre  también miraba la operación, pero con cierto gesto de la boca caída, que denotaba algo así entre el asco, la sorpresa, la intriga y, porque no decirlo, la tentación a soltar una sonrisa.
Mamá la miraba a Susana no cierto espanto a los ojos. Ella, mientras deglutía el puré inmaculado, seguía con  toda la perorata a la única interlocutora  que le dirigía una mirada.
La escena era patética. 
Me dio risa, lo juro; pobre viejo , ni en el Moyano había visto cosa semejante. Como casi siempre sucedía, los hechos estaban en mi contra : papá se rectificó, en su fuero íntimo, de sus expectativas con respecto a mi nueva compañera. Habrá pensado, como siempre lo hizo,  y casi como una plegaria, que "Dios ayude a mi hija".
Con el tiempo nos fuimos amoldando a los modos gastronómicos de mi amiga. Siempre fuimos personas muy educadas y la relación con Susana , efímera, quizás, dadas las circunstancias, nos obligaron a cierto cambio de costumbres.
Todos en casa, sin excepción, aprendimos a tratar a Susana con el debido respeto y seriedad que su condición imponía. Con el tiempo supimos  de algunas otras rarezas de Susy con los cotidianos menúes. Por tal motivo, cada vez que se quedaba a comer nunca  se preparaba asado con achuras, ni chorizos a la pumarola, ni salchichas parrilleras ni aún, infantiles panchos, los cuales eran nuestra esperada cena de los domingos a la noche. Mamá se hizo experta en guisos, con la carne cortada, por supuesto, y en tartas, de jamón y queso.Jamás se volvieron a comer , delante de ella, bifes vuelta y vuelta. 
Susana,contrariamente a lo que podría suponerse,  no era vegetariana, lo cual constituía un verdadero  desatino de su parte, dada, por supuesto, su condición psicopatológica. Le gustaba la carne pero no quería cortarla, entonces la  disfrazaba de pan, a saber: milanesas, choripanes y diversos sanguches cerrados. El pollo lo comía desnudo, por decirlo de alguna manera; pero no lo cortaba, lo carancheaba con el tenedor. Con los pescados  no había problema. porque no tenían sangre ni jugos perturbadores.
Yo, por aquellos años, tenía menos de veinte , y bastantes más de tarada. Con mucho recato, alguna vez, le pregunté acerca de su fobia "a-cortar-la-carne-por-miedo-a-que-gritara". Ella, no sabía nada. Siempre, desde que tenía uso de razón  había sido así.
 Le insistí , entonces, en si alguna vez había sido víctima de algún atropello o testigo de algún crimen. Nada. Nunca le había pasado nada.
 Un día hablé con la madre; otro, con el padre: nada, nunca le había pasado nada. El raye era así , de toda la vida.
La fobia de mi compañera de estudios la incorporé  como un dato exótico del cual, al tiempo,  nos reíamos y jaraneábamos, sobre todo cuando la invitaban unos amigos de ella, miembros encumbrados de una embajada , a  los carritos de la costanera. Los tipos,centroamericanos ellos,  eran locos del chorizo y del bife vuelta y vuelta. Para ella, una verdadera tortura, e irremediable : los comía en un felipe que los doblaba en largo, so pretexto lo loca que la volvía el pan,  y siempre, pero, siempre, le incaba el diente de reojo, con la boca ladeada como una hemipléjica. Cuando contaba estas aventuras, se reía con estrépito de las artimañas que inventaba para que los demás no se percataran de lo anormal que era.
Muchas veces hacía retórica, justificándose el raye , por el recuerdo  de un  profesor que había tenido en la escuela de periodismo, un inspirado poeta argentino,  de nombre shakespiriano y doble apellido, que a la hora del crepúsculo corría las cortinas de su estudio, en el barrio de Belgrano, porque grandes tigres de Bengala se paseaban por el jardín, con  lo cual, y como es obvio, le hacía entrar un miedo de aquellos que no se olvidan. Después que lo contaba, delante de cada nuevo público, y dado el encumbramiento del poeta aludido, lo de ella y la carne chillona, pasaba al olvido.
Debo confesar que con Susana hice mis primeras armas en la universidad. En verdad, aprendí a estudiar con método y rigurosidad. Cuando investigaba sobre los textos su mente era como un bisturí. Nada quedaba librado al azar. Nos pasábamos horas , a veces, analizando un sólo párrafo: y por qué  había escrito esto o aquello y cómo se relacionaba lo de aquí y lo de allá y lo uno y su relación con lo otro. Yo , que amaba el estudio , por aquél  entonces, estaba fascinada: era  como la reconstrucción de una mente, de su orden lógico. Así fue como navegué sobre grandes textos subyugantes y enigmáticos como La Ideología Alemana o la Fenomenología del Espíritu.
 Por aquella época, recién venida de la provincia y bastante pajuerana, el vértigo de la vida de Susana constituían ,para mí, un verdadero misterio.Eramos compañeras, más no amigas. 
Poco a poco se fue alejando de la facultad y de mi compañía: empezó a tener, según su propio relato,  ataques depresivos, porque el novio la había dejado y pasaban muchos días  antes de tener una noticia de ella. Sólo sabía , por su madre, que estaba en los cuarenta cigarrillos diarios, y vivía, no a carne, sino a supositorios espasmo-cibalena fuertes.
El día que murió Perón  me llamó por teléfono; recuerdo que por algo que le dije, ya borrado de mi memoria , me acusó de zurda , perejil y boluda, y que me salvaba porque tenía un tío en la Federal . Con insultos, de por medio, no quise saber más nada con ella.
Pasaron muchos años hasta que volviera a verla. Yo , ya no era la misma. Sabía sobre ella, sobre aquellos años oscuros, y sobre su raye.  Supe que , solamente y segun sus propios dichos,  había sido delatora. 
Se había quedado sin dientes. Tenía cuarenta años y postizos. Cuando me lo dijo, como no le creí, se sacó la dentadura, así nomás, los de arriba, enteros. Se quedó seseando como una vieja, pero con el orgullo de haber dicho la verdad.
Supuse, por aquél entoncés, que los malos recuerdos de la democracia primero y luego la dictadura, sobre sus tareas de infiltración, la habían dejado un tanto paranoica.
Dejó de comer carne, aún la vestida de pan. Por lo que me dijo ni el pollo desnudo aguantaba.
La encontré en la oficina de un amigo común de aquellos años oscuros, al que le mendigaba  un empleo entre lágrimas y humo. Estaba más flaca y, en vista del episodio de los postizos, más perturbada  que una década atrás. 
Cuando volví a  verla  pensé que por un pelo  no me había delatado, aunque más no fuera por perejila. Yo había escuchado tantas historias de venganzas personales, amparadas en la guerra sucia que, verdaderamente, no sabía que creer.
Cuando la recuerdo siento una inconmensurable y poderosa memoria del asco.
Ella, sin duda , fue una mas de las víctimas-victimarias que el negocio de la dictadura hubo explotado, usado y luego descartado.
Susana, creo tuvo acabada conciencia de su situación personal; mientras, y a pesar  de su locura, en cierto sentido  evolucionó moralmente. Se excusaba a sí misma por haber sido, nada más, que delatora: la fobia que padecía la inhabilitó para pasar máquinas y otros tormentos, porque, la pobre basura, no soportaba que la carne gritara.

Relato extractado de "La Memoria de las Calles...las calles de la memoria". Liliana H. Rodríguez. Ed. Pardo.1999.Buenos Aires.
 

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