Voz de mujer en off
Qué revela más a un personaje?
Lo que hace?
Lo que no hace?
Lo que dice?
Lo que calla...?
Lo que piensa para sí?
Lo que dicen los otros?
Lo que llora?
Lo que ríe?
Lo que escribe...?
Lo que lee...?
Lo que ven sus ojos... o lo que desea cerrándolos o poniéndose unos anteojos?
En esta unidad indisoluble se esconde el personaje, y aunque sepamos todo, como mal creemos de nosotros mismos, siempre está allí el misterio de lo que seremos ante cada cruce de la historia.
Los dedos de la mujer percuten el teclado y comienza a escribir.
Abre de negro.
Se escucha el timbre de un teléfono.
La mano de una mujer toma el auricular.
Mujer
(de unos cuarenta años)
Hola?... que decís Silvia... (...) yo? ... haciendo el cruce del desierto...(...) no te rías, boluda...(...) hace años que me subí al camello... (...)sí...dando vueltas por toda la casa con el brazo al hombro y la perra que me sigue a todos lados (...) Los chicos? en el colegio y bien. (...) Sí, voy todos los jueves, a la noche... (...) nada importante... garabatos en los que me escondo(...) Todo eso no me consuela, no quiero consuelos... quiero que alguien se decida a darme un sopapo y me despierte (...) Creo que me lo voy a dar yo, que soy la única de quién puedo esperar algo... Chau... te dejo.
Corte a:
La mujer está en un dormitorio: cama de una plaza sobre una pared machimbrada. En la pared contraria, un gran placard y una biblioteca. La mujer se acerca a ella y recorre los títulos de las muchas carpetas allí apiladas: Programa de Inversiones Sociales Municipales, Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.
El rostro de la mujer se contrae en una mueca de su boca que resopla de desagrado. Le da la espalda a la biblioteca y a las carpetas.
Mira hacia la pared de madera y ve dos posters a los que sonríe, después de un rato: uno reza Fondo Nacional de las Artes. XX Feria Internacional del Libro.1994. El otro, XIII Festival Internacional de Cine. Mar del Plata. 1997.
La mujer vuelve a mirar el primero y se detiene en el año. Luego baja su vista hacia la alfombra y recuerda:
el rostro de un hombre. Este le entrega un paquete envuelto para regalo. El hombre está con una sonrisa velada, y con ojos brillosos. Ella toma el regalo y lo mira con temor en una sonrisa que se desvanece. Él le dice “ es un obsequio de despedida...” Le acaricia una mejilla.
La mujer está viajando en un subte. Mira el paquete y lo abre. Autobiografía IV. Viraje. Victoria Ocampo. Mira las primeras páginas. Luego observa el lomo. Una página está orejeada. La abre y lee:
No me induzcas a que cargue mi nave con deuda,
deja que me vaya con las manos vacías,
no sea que el precio de amor que temerariamente pagas
sólo revele la pobreza de mi corazón.
fragmentos de mi pena,
mantenerte despierta en la noche con el lamento
de mis sueños solitarios
Mejor es que permanezca mudo,
y te ayude a olvidarme.
La mujer sale del dormitorio. Está frente a otra biblioteca de la casa y tiene el libro de la Ocampo en sus manos.
Observa el título: segundo poema dedicado por Rabindranath Tagore a Victoria Ocampo. La mujer levanta sus cejas y luego cierra sus ojos apretándolos. Cierra el libro que se cae de sus manos, abierto.
Lo observa. Con cuidado lo toma allí, donde la providencia quiso que quedara: pag. 15. Lee:
La vida no escatima sus duras enseñanzas. De ella se aprende a dudar de sí misma... !que digo!...de todo. Se aprende de ella que la felicidad es una de las cosas de la que se prescinde habitualmente y que para alcanzar la gloria es necesario herir, desgarrar el corazón y ofrecerlo en pedazos, de los cuales, los más ensangrentados son considerados los más sabrosos”.
Sonríe.
Lo acaricia y lo devuelve a la estantería.
Se queda un momento pensativa.
Va hacia el patio, mira la parrilla. Toma un balde y regresa al dormitorio. Con la mano izquierda comienza a sacar las carpetas de la ONU.
Camina hacia el patio con todos los papeles en el balde.
Abre la parrilla patagónica y los deposita.
Coloca carbones y los enciende.
Baja la tapa de la parrilla que humea por la pequeña chimenea.
Vuelve al dormitorio. En la estantería hay una bolsa. Adentro tiene tres agendas viejas de los años 1993,1994 y 1995. En la del 93 busca la letra G pero, luego, decide no abrirla.
Regresa al patio.
Junta los papeles y las agendas viejas y los echa a la parrilla.
Mira, sentada en un sillón de jardín, la chimenea que humea.
Suena el teléfono.
Hola mami...
Hola querida, mirá te llamo porque quería saber si te interesaba tener la carpeta con los papeles que traje de España?...
Cómo decís mamá?....pero más vale que los quiero...
No, que se yo... tenés tanta cosa, pero... ahora hiciste más lugar, no?....
Todos los placares son para mí, mamá... es más... me hice de más lugar todavía, sabés...
Así, cómo?
Mirá... no, mejor no te lo cuento.
corte a:
La mujer vuelve al dormitorio y observa la estantería que posee, ahora, sólo dos carpetas. Toma una de ellas que está etiquetada Originales.
La abre y lee.
De la manía familiar de juntar papeles inservibles.
Una tarde de abril, en España, estando mi madre visitando la casa de mi abuelo, encuentra un arcón viejo y vetusto. El mismo se hallaba a un costado de la gran cocina, conservada como fuera hecho un siglo antes: con depósito para ramas, piñas y troncos para encender el fuego y cocinar, sobre un pequeño trípode de hierro, los peroles de cocidos gallegos.
Qué hermoso arcón! exclama mi madre. Pues... mira, está todo lleno de papeles viejos...
Papeles viejos? pregunta con emoción mamá. Pues sí Chela... papeles del padre del abuelo y quién sabe qué más. Mira, estuve a punto de tirarlo todo... pero, vale si quieres verlo... hasta si te lo quieres llevar.
Los ojos de mamá se empañan de emoción
Maruja con presteza saca toda la porquería de la que el arcón sirve de repisa. Le sopla un poco del polvo que lo cubre y lo abre.
Pues aquí tienes... revísalos mientras yo voy a atar a la ternera.
Mamá toma una silla y se sienta junto al arcón. Sus ojos brillantes observan, primero, papeles amarillos, escritos a pluma, cocidos con hilo y doblados en varias partes. Todavía no se atreve a tocarlos. Se pone los anteojos cuando vislumbra, borrosamente, que uno tiene un matasellos enorme y de gran filigrana. Lo toma entre sus manos temblorosas y lee con esfuerzo la caligrafía rebuscada:
25 de octubre de 1648. Certifico que Don. (ilegible) García, propietario de las tierras comprendidas entre los pasos.....
Mamá está leyendo la cesión de tierras que mi tataratataratatarabuelo le hiciera a una viuda con varios hijos. Es una verdadera pena que nunca sepamos que tenía él con esta mujer.
Llora mi madre ante el descubrimiento del tesoro de la memoria familiar.
Se trae todo lo que puede, es decir, lo que le entra en un bolso de viaje comprado ex profeso.
Al regreso, comienza a copiarlos.
Ese año, 1994, me entero de esto y mucho más de la noche perdida de los tiempos, antes que los García y los Rodríguez comenzaran a ser una sola familia con mis abuelas primas hermanas.
Al parecer tuve seis tíos tatarabuelos curas que le hicieron vender casi todas las tierras a mi tatarabuelo a favor de la Iglesia.
Décadas antes de este tiempo, mi tío abuelo Lázaro, hermano de mi abuelo Modesto, padre de Chela, porfiaba y porfiaba, ante la sonrisa de los más educados, las risotadas de mi tío, y mi rostro serio con ojos deslumbrados, que uno de los García había sido el último virrey de Cuba, y que nosotros éramos sus descendientes.
También supe que de algún modo la familia estuvo dividida entre los chupasirios-cagademonios, como los llamaba mi otro abuelo, y los anarcosindicalistas y republicanos diversos. Muchos pelearon la Guerra de Marruecos, como el padre de papá, en el Regimiento de Ceriñola casi todos la Civil Española y otros la Segunda Mundial, cruzando, desde Barcelona, los Pirineos para liberar a la gran Francia en nombre de la libertad y el internacionalismo proletario, ya que a España no se podía.
He escuchado de mis mayores el preciado legado de continuar la memoria familiar: historias, historias, y más historias... de cobardes y héroes, de pasiones prohibidas entre una niña y el cura del pueblo; de niños como mi padre enfrentados a la crudeza de la vida, de la pobreza y del dramatismo de la guerra...
Siempre sentí que era la depositaria de esas historias, que llegaron a mí por la porfía de la reproducción de la especie y de conservar la memoria familiar. Son trágicos los españoles, y los hijos de españoles, también.
Tengo 28 años, estoy separada hace más de un año, vivo sola con mi pequeño hijo. Me invitan a Le Club, en la Av. Quintana. Somos varios amigos. Uno de ellos me dio vuelta la cabeza, pero ya no trata de seducirme, lo veo cada vez más lejano. Estoy junto a él en la barra. Una amiga del grupo se nos acerca y le pasa los dedos por la cintura. Él sonríe. Yo estoy inmovilizada. Miro al barman que me observa con los ojos entrecerrados y con una leve sonrisa, vierte sobre una copa del champan de calidad que el hombre le indicó me sirviera. Cada vez que la termino, él la vuelve a llenar. Así y así hasta que ya no sonríe. Mi compañero, ocupado con nuestra amiga, por fin se da vuelta hacia mí y me pregunta:
Que pasa... estás deprimida?
No.- le contesto.
Estás trágica? pregunta burlonamente.
No, le contesto mirándolo fijo, no estoy trágica, soy trágica.
El se ríe y me contesta: Ya me lo imaginaba.
Tomo mi cartera y emprendo la retirada.
No veo el pequeño escalón y me precipito a tierra totalmente desparramada. Me levantan creyendo que estoy borracha. Uno me sopla en la cara, con el ánimo de darme aire. Tiene un aliento pesado a varios olores. Me deshago de ellos, llorando... me insultan por lo bajo y los espanto a manotazos.
Cuando llego a casa, siendo las cinco de la mañana, sola en un taxi, llorosa y apichonada, odiándome a mí misma, me preparo el mate y me pongo a escribir El lugar de la transgresión, relato esquizoide sobre la naturaleza del mal, basado en un texto de Arthur Machen. Ese día no dormí.
Con el escrito de aquella madrugada gané un concurso .
Nunca más volví a Le Club, ni a ver a mis amigos.
La mujer sentada sobre la cama pega un salto con los ladridos desaforados de la perra. La espanta a las puteadas. El animal que sigue ladrando y mueve la cola incesantemente la mira y se dirige hacia la puerta de entrada. Comienzan a tocar el timbre con verdadera insistencia. La mujer grita Ya voy... YA VOY... callate vos, deja de ladrar... ya voy...
Abre la puerta.
Entran como en horda cuatro jóvenes por arriba del metro ochenta con tres guitarras eléctricas.
Para que cerraste mamá?...a quién le tenés miedo eh?
Hola Ale, que temprano que viniste, que pasó en el colegio?
Los muchachos se ríen con estruendo.
Ella mira las humanidades con la cabeza para arriba.
No, lo que pasa que... (Alejandro se ríe, los muchachotes también)
Se hicieron la rata, dice ella.
Es que tenemos que ensayar, mamá...
Y por qué no me dijiste, si sabés que tenés que pedírmelo nomás.
Todos se vuelven a reír y agachan sus cabezas para saludarla.
Hola Lili, cómo andás del brazo... eh?
Bien, bien... dice ella, con cara de resignación. Comieron?
Los cuatro se paran repentinamente y la miran.
Eh? no Ma...
Bueno, voy a encargar unas pizzas... eh?
Dale, dale... Lili, dice otro.
Vas a ensayar con la batería?
y si no con qué, Ma...?
Bueno, pero sin amplificadores eh?( La voz de la mujer se hace áspera). Está claro Boryi? y vos Ale, le ponés las gomas a los parches... eh?( Alejandro resopla).
No. no sí... no se preocupe...
Que van a ensayar?
Una de Megadeath...
Ah... (la mujer se va hacia la cocina con el rostro transido).
La mujer pone la mesa con dificultad.
Suena el portero eléctrico. La perra ladra otra vez como desaforada.
Callate... callate... hola?
Pizzería.
Puede subir?
Nooo!
(La mujer resopla de fastidio) bueno... Ya bajo!.
Corte a:
La mujer desde el ascensor escucha a su perra amplificada, que ladra desde el palier,
El chico tiene cuatro cajas de pizza. Le mira el yeso.
Agarras las pizzas y me pagas o al revés?
Al revés, men... dice ella.
Eh?
Que te pago primero. Servite.
El joven cuenta los tickets y la moneda de un peso.
Gracias, eh?
De nada.
La mujer con dificultad logra cerrar la puerta.
Cuando se da vuelta escucha que golpean... Está un niño sonriente que hace monigotadas. Por detrás una mujer cierra la puerta de un transporte de escolares y va hacia el niño.
Ya voy Mirta, dice la mujer.
Se mira las cajas de pizza. Con esfuerzo las pone en los escalones de la entrada. Abre. El niño se abalanza hacia las cajas al tiempo que dice Pizza, Pizza, pizza, !!
Mira a la mujer que cierra la puerta y saluda a la del transporte con la mano izquierda.
Hola Fabri...
Mamá... Pizza. Humm( el niño saca toda su lengua , se relame mientras mueve en círculo su mano sobre el estómago y salta como un mono).
Corte a:
La mujer está frente a una computadora. Tiene unos enormes auriculares por los que se escucha el Teniente Kije, de Prokofiev. Mira hacia su izquierda cuando escucha el sonido penetrante de varias melodías de rock pesado. Sube el volumen. Vuelve a mirar, ya con la cara tensa y los ojos desorbitados.
El niño sale del dormitorio con una guitarrita electrónica a todo volumen haciendo la mímica de Michael Fox en Back to the Future. El niño desaforado entra al comedor donde están los muchachotes, que ensayan sin amplificadores a Megadeath; todos comienzan a reírse con estrépito.
Corte a:
La mujer abre la puerta de entrada, sonriendo. Por ella salen los muchachos, uno de ellos lleva una pelota de fútbol. A continuación sale el niño con una bicicleta. Por último, Alejandro con botella de agua mineral. Dos horas, Ma. Aprovechalas.
Corte a:
La mujer está sentada frente al monitor. La hoja del procesador de texto está en blanco. Aparece la leyenda Word guarda automáticamente Doc. 1.doc. Tres veces la computadora guarda la hoja en blanco.
La mujer mira hacia su derecha, donde se ubican unos trescientos cincuenta libros; lee algunos de los títulos en los lomos: El país del Aguante, A la sombra de las muchachas en flor, La rama dorada, Gaspar de la noche, Perón o Muerte, Shidarta, El Perseguidor y otros relatos, La vida está en otra parte, Residencia en la tierra... Canto a mí mismo...
Mira la página en blanco.
Los dedos accionan el teclado y escribe:
Pienso en a quienes gustan de las películas descriptivas. Esto podría ser un garabato de una de ellas. Porque este personaje que se esconde de sí mismo, en un mundo social y familiar, convengamos, que no acciona para sí -en acciones concretas y visuales- bulle en un mundo privadísimo de evocaciones y recuerdos.
Cada libro que ha mirado le dispara una historia propia, concebida dentro y fuera de él, con circunstancias, motivaciones y conflictos. Plots, cientos, y no se pone manos a la obra.
Cada cuadro que posee está allí por una razón personal. Cada objeto cumple con su función de evocación.
Por que lo hace? Que función cumple éste entorno? He aquí la motivación del personaje.
Es una etapa de su vida. ? Muy probablemente. Existen datos de la etapa que transita. Pero más allá de todo, ésta, quizás, sea su naturaleza y condición.
Le interroga al personaje:
Demasiados hombres en su vida? Nunca son muchos.
Demasiadas penas? Nunca son demasiadas.
Pocas alegrías? Siempre hay lugar para una más.
El Mundo? Mi planeta natal en el universo.
La vida? la gran aventura... el desatino... la mala leche... la locura... etc... etc...
La amistad? La más sutil de las relaciones humanas.
Los hijos? Los que sacan lo mejor de ella, sus mejores cualidades.
Defectos? Demasiado delimitadora de su territorio, siempre a retaguardia. Cuando pega el salto lo hace como un clavado olímpico con varias piruetas: personaje con ciertas contradicciones. He aquí la dificultad.
Le pregunta al personaje: es propio de su naturaleza o por los giros de la vida?
El personaje contesta con una historia: una vez un jefe le dijo que ella era la versión femenina de Forrest Gump. Tragó saliva y se sonrojó. Todavía siente el calor en su cara.
Vaya a saber uno por qué lo dijo...
El personaje sabe porque. Esa sola certeza, muchas veces, la reconcilia con el mundo.
La mujer deja de escribir y se imagina al timón de un barco camaronero que va por la costa. Sus hijos la llaman desde un muelle. Ella al verlos se arroja al agua para alcanzarlos, dejando el barco que sigue su curso... volver a buscarla.
A la mujer se le llenan los ojos de lágrimas, pero no tiene tiempo de derramar una porque la perra ladra como una loca moviendo la cola, suena el teléfono y se abre la puerta por la que entran sus hijos, con la bicicleta, la pelota, los muchachotes riéndose. Todos le piden la merienda.